Unas pocas palabras...
A lo largo de mi camino, he atravesado múltiples procesos que han contribuido de manera profunda tanto a mi formación profesional como personal. Cada desafío ha representado una oportunidad de crecimiento, fortaleciéndome en convicción y compromiso con mi vocación.
El amor por mi trabajo y la determinación constante han sido pilares fundamentales en este recorrido. Estos valores me impulsan día a día a dar lo mejor de mí, con el firme propósito de ayudar a quienes más lo necesitan. Creo que ejercer una profesión centrada en el bienestar del otro requiere no solo conocimiento, sino también entrega, empatía y pasión.
Basándome en mi propia experiencia y en los procesos de transformación que he podido acompañar en otras personas, puedo afirmar con certeza que el cambio positivo es posible. No es inmediato ni fácil, pero con fe, compromiso y perseverancia, todo ser humano tiene la capacidad de avanzar, sanar y reconstruirse.
Me considero una persona determinada en mis decisiones. Esta determinación no nace solo de la convicción personal, sino de una fe profunda en Dios, que se ha convertido en mi mayor fortaleza. Esa conexión espiritual me da dirección, sentido y resiliencia para afrontar los desafíos de la vida.
Soy feliz porque he comprendido que la felicidad no se basa únicamente en lo que uno posee, sino en cómo se vive y a quién se sirve. Creo firmemente que la razón de ser de cada persona es el servicio a los demás. Servir no es solo ayudar, es conectar con la humanidad del otro, aliviar cargas, compartir esperanza y construir vínculos auténticos.
Cuando servimos, trascendemos nuestro ego, y en ese acto, encontramos propósito, sentido y plenitud. Así, mi vida cobra sentido cuando puedo contribuir, aunque sea de forma sencilla, al bienestar de quienes me rodean.